Advertencia

Este blog está creado con la intención de ser un espacio donde pueda volcar mis ideas más profundas. Por lo tanto, se ruega a sus lectores insultar lo menos posible ante el inevitable incremento de su vanidad intelectual cuando lo lean.Desde ya, mil disculpas.



martes, 21 de septiembre de 2010

Entré a la biblioteca y sentí como siempre esa sensación de alivio mezclada con pena… Un libro semejante a un árbol sanador con ramas y hojas…en su savia luces de consuelo y luego que esa savia había fluido en la muerte de tantos lectores ¿hacia donde había avanzado la humanidad? ¿Se había penetrado en la esencia de las cosas? ¿Se había alcanzado la mejoría…? La bibliotecaria, una chica joven embarazada me atendió.
- Hola
- Hola , ¿viene a devolver los libros? Pase y lleve otros si gusta.
- Me gustaría retirar un libro sobre el espíritu…le dije.
- ¿O sea…? – me preguntó con vos que comenzaba a temblar…
- Un intento o algo así por preservarnos – le respondí en un tono que pretendió ser convincente y esperanzador.
- ¿Y si el espíritu no existe? – me preguntó ya angustiada -
¿Y si existe pero no así el libro? – continuó la bibliotecaria.
- Lo escribiremos entre los dos – le respondí.

Luego de 9 meses, Viviana dio a luz a un hermoso bebé.
Yo continúo yendo a la biblioteca.
A veces nos reunimos para escribir.

lunes, 7 de junio de 2010

El duelo

El hombre lobo del hombre, todos somos asesinos – pensaba Helena sentada a la mesa del comedor mientras tomaba mate, rezaba y dudaba…
Por enésima vez se persignó mientras pensaba en sus muertos, se persignó con la inclaudicable Esperanza injustificada…
-El roce desagradecido, egoísta y arbitrario son el motor natural del ser reflexionaba mientras revolvía el puchero. Y sin embargo ¿qué seria de nosotros sin el otro, sin otro ser humano…?
Sin embargo todos tendemos a herirnos, incluso a eliminarnos…
La falta de amor al prójimo es la verdadera consigna triunfante, ¡que pena…!
Helena en ese preciso momento fisgoneaba a través de los vidrios sucios de la ventana. Había un cielo azul como en un día fresco de primavera, pero era otoño…La mañana se acortaba, su horizonte también…
“Creo en las fuerzas de mis deseos” así solía decir la madre de Helena, ya había muerto y sus ocultos deseos se cumplieron, lo sabía ella, Helena que era su hija…y ahora le tocaba a ella cocinar su propio puchero…incierto resultado pensó.
Inciertos atisbos a través de la vida…¡Pero sin aparentes manchas atroces…!
De una cajita de música, lejana como la palabra pero latiendo en el alma volaban notas felices como una vida recién concebida.

De pronto Helena la vio, la vio surgir simultáneamente a su dichoso atisbo, a su fugaz fisgoneo, una mancha horrenda en la pared pintada de color crema, color que le quedaba tan bien…
Esa horrenda mancha venía a anular la alegría y la belleza de la pared. Era una mancha que parecía surgir de una antiquísima maldición o de una Falta muy prolongada…
La mujer había aprendido en el seminario catequístico que el infierno era la ausencia de Dios…de ese infierno parecía surgir la mancha, sí, ése debía ser el verdadero génesis de todas las traiciones a la palabra, de todos los crímenes…
La mancha era como el mismísimo centro del mal, esa mancha inexplicable en la pared simulaba ser el oxígeno de la gran Intriga…La misma que nos sobrevive…
Helena mientras escuchaba la música que surgía de la cajita con la insignia que florecía de la melodía y entibiaba su alma miró muy a su pesar de nuevo, pero con la misma posibilidad de libertad al hacerlo con que sucedían todas las cosas, la mancha en la pared.
Era verdaderamente espeluznante, de ella emanaba un olor nauseabundo…
Allí estaba, tétrica y absurda como el golpe a otra criatura herida también desde el origen…
Nacer duele, continuar también…
Mientras contemplaba la mancha en la pared casi en estado de pánico decidió que debía destruirla a como diera lugar…
De algo estaba segura, necesitaría algo más que un concepto tan poco sustancial como el de Eternidad para eliminarla…
¡Dios tenga misericordia! Pensó
Si, era definitivo, aunque el error fuera notorio, la asesinaría igual que ese olor putrefacto que emanaba.
Verdaderas trompetas de Jericó, verdaderos boomerangs de valor, si eran callados mejor aun, serían imprescindibles para aniquilar el engendro que era la mancha. Era tenebrosa y repugnante y se había instalado en la pared pintada de color crema, ¡ella la odiaba y despreciaba…!
Mientras la cajita de música concluía su melodía argentina la verdadera Ausencia de Amor abrumaba…
Pero la mujer aun vivía…
Helena se imaginó y se imaginó el fin, claro sin entender ni comprender, tal vez ella pensaría o se perseguiría por última enésima vez. Sería la Ultima Gracia, el llanto más feroz, el postrer reclamo…

La mancha continuaría su derrotero ególatra pero había desaparecido de la pared pintada de color crema, color que quedaba tan bien…

sábado, 29 de mayo de 2010

No hay lugar como el hogar

Estaban dando una película muy conocida, viejita ya, que en mi opinión es una de la más dulces que el cine nos haya podido ofrecer. Me refiero a la preciosa película El mago de Oz.

Me acuerdo cuando la vi por primera vez. Era muy chico. La estaban dando en uno de esos canales que pasan películas para la gente que vivió el cine blanco y negro.
¡Es una muy linda película! No paraba de repetir mi viejo. Al terminar de verla, pude notar que se le escapaban unas lágrimas. Si bien me gustó, tampoco era para tanto, pensé en el momento. Y claro, era un chico.

Sentí mucha nostalgia al volver a verla. Me remontó a mi niñez y muchos recuerdos hermosos vinieron a mí. Pero a su vez, unos reconfortantes sentimientos me llenaron de inmediato.

Ahora que soy yo el que se tiene que afeitar, puedo entender el mensaje de la película. Es un poco irónico ¿Por qué la verdadera esencia de lo que está dirigido a los niños, la entendemos de grandes? Mejor aun ¿Por qué a los grandes, papas y mamas, les cuesta tanto implementar en el día a día, plasmar en sus vidas, tan hermosas verdades?

Dedicamos mucho tiempo en tratar de demostrar a los demás y a nosotros mismos nuestras habilidades, nuestros conocimientos. Nos peleamos, incluso, para demostrar quién es el que la tiene más clara en esto, en aquello… Nos entrenamos diariamente para fortalecer lo que creemos que nos llevará al éxito, a lo que nos salvará y a lo que nos mantendrá alejado de todo mal. ¿Y para qué?

Un buen día nos sentamos a ver El mago de Oz y nos damos cuenta que lo más importante lo tenemos siempre con nosotros y nos rodea permanentemente

La felicidad es un camino, dijeron por ahí. ¡Cuánta razón tenían!

Aprendamos a querer lo que nos rodea por lo que es, y no por lo que quisiéramos que sea.

jueves, 27 de mayo de 2010

Me engañastes, me mentistes

Una de las ventajas de vivir en el piso 12 en un edificio del Barrio Piedrabuena, es la maravillosa ubicación en la que uno se encuentra a la hora de presenciar una de las tantas peleas que tienen lugar en las calles del barrio. Las amorosas, personalmente, son mis preferidas.

Antes que nada, me gustaría aclarar que Piedrabuena no es un barrio como cualquier otro. Como cualquier otro barrio tampoco es como cualquier otro barrio, por supuesto, no hay dos barrios iguales.

Recuerdo una pelea que se inició, desenlazó y termino en la puerta del edificio enfrente al que vivo yo, hará un par de años atrás, en vacaciones de verano.

Yo me encontraba disfrutando de uno de los tantos cigarrillos que me fumo después de comer, mirando por la ventana y pensando pavadas. Cuando un pelado salió furiosamente por la puerta de dicho edificio con dirección vaya uno a saber donde. Una mujer se asomó por una ventana del primer piso del edificio donde previamente había salido este pelado.

- ¿¡Adonde vas!? ¡Volvé a subir, pelotudo! – Gritó la mujer con una determinación que denotaba carácter.

- ¡Me voy! ¡Ya no te aguanto más, loca! ¡No te soporto, enferma! – Contestó el pelado, aunque no sonaba muy convincente. Eso hizo que se ganara mi simpatía. Hay que alentar al más débil.

Aparentemente, el pelado era victima de unas supuestas acusaciones de la mujer de hacerla cornuda. Las acusaciones, según afirmaba tan desaforadamente el pelado, eran constantes, injuriosas y, por sobre todo, falsas. O al menos eso había entendido yo, entre todos aquellos insultos que se gritaban mutuamente y con todo el asco posible.

La discusión era entretenida, pero mis vecinos se encargaron de ponerle un condimento que la hizo inolvidable.

Piedrabuena es hogar de muchas familias compuestas por personas trabajadoras, que hacen muchos sacrificios para conseguir el pan para sí mismos y los suyos. Entre esos sacrificios, está el de tener que levantarse bastante temprano para tener que ir a trabajar, ya que Piedrabuena está lejos de todo. O de todos los lugares decentes para trabajar, al menos.

En fin, a esta gente que se tiene que levantar tan temprano, no le gusta que los despierten semejantes peleas a medianoche. Por lo tanto, ellos aportan su ración de insultos en casos como estos. En esta ocasión, dirigidos al pelado, la mujer del pelado y la concha de la lora, entre otras cosas.

Al principio, el pelado no les prestaba atención a estos vecinos que con tanta razón se quejaban. El pelado seguía tratando de demostrar su inocencia, gritándole a la mujer innumerables ocasiones en las cuales, aparentemente, su mujer lo acusaba de estar con una amante, mientras él, en verdad, estaba jugando a la play con un amigo.

Algunos vecinos se resignaron y cerraron sus persianas, tratando de amortiguar inútilmente el escándalo. Otros no tuvieron ese gesto; dieron una demostración de una casera, rudimentaria y asesina artillería compuesta por objetos al alcance de sus manos.
Esta ves el pelado no tuvo más remedio que dejar de gritar y meterse debajo de un toldo. No insultó a lo vecinos que le arrojaban cosas. Al contrario, miró hacia arriba cuando salió de su escondite y pidió disculpas.

Todo parecía haberse calmado. El pelado se disponía a entrar de nuevo al edificio y hablar con su mujer en la privacidad de su hogar. Los vecinos cerraban sus ventanas y se apagaban las luces de sus dormitorios.
Ahí, la tragedia.
Antes de que el pelado pudiese entrar al edificio, de la nada, una botella de vidrio lanzada con una fuerza y una intención apocalípticas, pasó a centímetros de la cabeza de nuestro calvo y simpático personaje y dio contra la pared, haciéndose añicos. No hace falta decir que se re pudrió todo. Mal.

Policías calmando a los vecinos hasta las 3 de la mañana y un pelado desesperado por saber quién fue el reverendo hijo de una gran (vaya uno a saber que cochinada dijo) que tiró la botella.

Todavía continuaba el interminable escándalo cuando decidí acostarme y dormir, antes que se acabaran los cigarrillos.

Dios bendiga a la gente de éste barrio.

martes, 25 de mayo de 2010

¿Hay equipo?

Faltan pocos días y uno se empieza a impacientar. Repentinamente, los días parecen más largos de lo normal en esta época. Todos estamos esperando que llegue ese momento, el momento que tanto estuvimos esperando durante tanto tiempo. Me refiero, claro, al debut de la selección en el mundial.

Personalmente, soy de esos tipos que se emocionan en épocas del mundial. Me encantan los días previos al arranque. Cuando las selecciones de los 32 países que participarán llegan a sus respectivos hoteles. Esos días en los que todos especulan con las formaciones de los equipos, pronostican resultados de los partidos, se hacen apuestas y hasta promesas de carácter religioso.

Cuando Argentina juega un mundial, la gente le tiene más fe al equipo que a cualquier otra cosa. Es natural en los argentinos tenernos fe en todo, siempre. Los argentinos somos talentosos e inteligentes pero, lamentablemente, pecamos de vanidosos. Nos pasamos de rosca cuando tenemos un problema adelante y, consumidos por nuestra confianza, fracasamos. Si uno lo piensa, esa vanidad es el principal obstáculo que debemos sortear para crecer como país.

Y así esta integrada nuestra selección. Cada jugador es estrella en su equipo y es reconocida por todos. Algunos más que otros, pero todos talentosos y sobresalientes por sobre los demás. Incluso tenemos al mejor del mundo en nuestra formación. Lo lógico sería ganar el mundial dándole una arrolladora y humillante paliza a todos los equipos con los que nos toque jugar, quizás así lo desea uno, pero no sería nada descabellado si pasara.

Pero hay algo que tenemos que aprender en todos los planos de nuestra vida, es que la unión hace la fuerza. De nada sirve tener a los mejores, si los mejores, acostumbrados a sobresalir individualmente, no están dispuestos a pasar la pelota.

Creo que ese es el gran problema de la sociedad argentina. La mayoría hace la suya, sin mirar a la persona que tiene al lado. Confiamos tanto en nuestra inteligencia y nuestra habilidad que no damos lugar a opiniones ni a criticas. En todos los países del mundo pasa, por supuesto, pero acá más que en todos los países.
Y no solo lo digo por los grandes acontecimientos a nivel país. En nuestra vida cotidiana se puede apreciar perfectamente. ¿Cuántas veces vimos ceder a una persona cuando discute? Pocas, ¿no? Ni hablar de pedir disculpas, pedir permiso o dar las gracias.
La actual situación política de la argentina también es buen ejemplo. La política en la argentina parecería sucia por definición.
Son cosas entendibles, por supuesto. Todo tiene su razón y sus motivos. Pero hay que empezar a cambiar, empezando por uno mismo. Dejar de discutir por orgullo, aprender a escuchar, aceptar las opiniones de los demás, reconocer nuestros errores. Es mejor y más sano.

¿Ganaremos éste mundial? Mi opinión es que si. Solo tenemos que pasar la pelota…

Capítulo 1. La búsqueda

Estaba en mi casa en uno de mis días libres, y me di cuenta que tanta libertad no me gustaba. Los días en los que uno no tiene que hacer nada son un poco tediosos. Y los días en los que uno no está haciendo lo que debería estar haciendo, son peores.
Estaba desocupado, se podría decir, ya que mi única fuente de dinero eran las changas que hacía con mi hermano de vez en cuando.
No me conformaba esa situación. El hecho de no tener una rutina diaria me resultaba algo molesto. Algo solamente, ya que todavía me quedaban materias del secundario por rendir y no tenía tanta presión por trabajar, todavía estaba decidiendo que estudiar en la facultad y a veces, intentaba estudiar para las susodichas materias.
Por esa razón, sumadas a los continuos reproches de mi madre, me aventuré un buen día a buscar trabajo.
Salí de mi casa con una carpetita bajo el brazo que contenía una decena de currículos previamente impresos, preparados para la inevitable y eventual tarea de salir a recorrer locales.
Caminé muchas cuadras mirando las vidrieras de todos los negocios, y en los que solicitaban empleado me disponía a dejar mi modesto CV.
Entre uno de esos locales, había una librería donde pedían un empleado para mostrador:
- Buenas, ¿Te dejo el CV? – Le pregunté al empleado que atendía, estirando la mano y ofreciéndole la hojita.
- Dale. ¿Tenés experiencia en librería? – Me preguntó, tomando la hoja y chusmeando la información.
- Eh… si. Hasta luego. – Saludé y rajé lo más rápido posible.

Experiencia en librería… no, obvio que no. No fue bueno para mi moral que me lo preguntara el empleado. Hubiera preferido que tomara mi CV sin decir nada.

Luego de caminar mucho sin entrar a ningún local, empecé a desanimarme.
Seguí caminando sin encontrar ningún local donde se solicitara empleado, hasta que di con un locutorio. No solo era locutorio, era un ciber también. Y pegado con cinta a un vidrio de aspecto poco higiénico, por no decir roñoso, una hoja con las gloriosas palabras “Se necesita empleado”
Saqué un CV de mi carpeta y entré.
El lugar tenía un aspecto triste. Era oscuro por ser un negocio y estaba algo sucio. Había un mostrador de madera viejo con un monitor encima, a la izquierda inmediata de la entrada. A su derecha tres cabinas de teléfono y hacia el fondo dos hileras de máquinas.
El chico que atendía, un colorado alto, pecoso y con rulos, estaba bostezando mientras miraba la pantalla del monitor.
- ¿Te dejo el CV? - Le dije, mientras apoyaba una hojita en el mostrador.
El colorado asintió sin dejar de mirar la pantalla. Tomó mi CV y, como si no le importara, lo guardó en lo que supuse sería un cajón, detrás del mostrador.
Salí del lugar y di por finalizada la batalla del día.

Llegué a mi casa con los pies adoloridos de tanto caminar. Me senté en la mesa a tomar unos mates, sin hacer caso a las molestas preguntas de mi mamá sobre los lugares que había recorrido.
“Dentro de todo, creo que me fue bien.” Pensé. Había dejado CV en varios lados y ahora lo que tenía que hacer era esperar un llamado.
Sonó el teléfono. Mi vieja se levantó de la silla y atendió.
- Es para vos Hernán! ¿A un chino le dejaste el currículum? – me preguntó mi vieja mientras me disponía a agarrar el tubo.
- No se ma! no me hinchés las pelotas. – le contesté dulcemente. – ¿Hola? – Efectivamente, la persona que me había llamado era un chino. Vaya uno a saber de donde.
-Hola! Eh, Henán ¿no? ¿Necesita trabajo no? ¿Podel venil mañana a las 9?- dijo la vos de un chino, que a duras penas podía entender.
-Si, dígame la dirección. – le contesté tratando de parecer lo más educado posible.

Estaba contento. Me habían llamado mucho más rápido de lo que esperaba y estaba ansioso por saber más sobre mi posible nuevo trabajo.
Ese día me acosté temprano, al día siguiente tenía una entrevista a las 9 de la mañana. Era para atender un locutorio.

lunes, 24 de mayo de 2010

Me llamo Hernán, pero mis amigos me dicen enfisema

Eran alrededor de las 10 de la mañana. Mi mamá estaba fumando un cigarrillo mientras se preparaba para salir a hacer las compras del día. Yo estaba sentado en la mesa, viendo la tele. Cuando ella salió a comprar, dejó su cigarrillo a medio apagar en el cenicero.

Cuando vi aquel cigarrillo, se me ocurrió la idea de probarlo. Siempre había visto fumar a mis familiares y, si bien sabía que era un mal hábito, en mi inocente cabecita no sonaba ninguna alarma ante aquel pensamiento.

No recuerdo exactamente porqué lo hice. Supongo que lo hacia por jugar. En fin, agarré el cigarrillo y le di una pitada. No me tragué el humo, solo lo mantenía en la boca y soplaba. Todo iba bien, hasta que le di una pitada larga y tragué.

Al principio fue una experiencia fea. Sentí el humo en mis pulmones… fue una sensación atroz. Inmediatamente empecé a toser y a carraspear. Le di un par de pitadas más al cigarrillo ya casi terminado y lo tiré al inodoro. Sentí mareos y ganas de vomitar. Me empezó a agarrar frío y me acosté, mareado y con nauseas. “No lo voy a hacer más”, me dije a mi mismo, al ver las consecuencias físicas de aquella travesura. Luego de unos minutos me sentí mejor, y había vuelto mi mamá. Por supuesto, no le dije nada.

Lo raro fue que, cuando me sentí completamente recuperado, me pareció que había sido una experiencia divertida, y me propuse volver a encender un cigarrillo la próxima ves que me encuentre solo en la casa.

El mal ya estaba hecho.





No se me ocurrió pensar que desde aquel preciso momento iba ser preso de un asqueroso vicio. No se me ocurrió pensar que a partir de ese día iba a ser fumador hasta el día de hoy. No se me ocurrió pensar que iba a comprar cigarrillos todos los días, oler a cenicero viejo en todo momento, manchar mis dientes y, principalmente, echar a perder de por vida el bienestar de mis pulmones, con todo lo que eso implica.

No me culpo; era muy chico para saber lo que estaba haciendo. Tenía unos once años.
Tampoco culpo a mis viejos. Siempre me las arreglé para llevar a cabo mis travesuras sin que se dieran cuenta. Fumé a escondidas y sin levantar sospechas hasta los catorce. Un día se me dió por decirles la verdad. La enfisemosa verdad, diria un amigo.

Siempre me acuerdo del día que agarré el vicio.

Maldito sea ese día...